Cuantificación y riesgo

Economics After Neoliberalism, es una reescritura más de un argumento bastante manido y que se ha visto tratar desde la izquierda, como en esta ocasión, como desde la derecha: el libro Seeing Like a State es una perífrasis libertaria de casi 500 páginas que viene a decir lo mismo. O, según se mire, lo contrario.

El nudo del argumento es que la cuantificación (de los fenómenos económicos y sociales) no es solo una herramienta relativamente moderna de ayuda a la decisión sino que la condiciona, que, diríase, la contiene. Solo que si lees el primer artículo, parece contener neoliberalismo y si lees el segundo, colectivismo soviético con estética Le Corbusier.

Eso (o lo contrario: ya digo que depende del autor) es consecuencia de lo no (fácilmente) cuantificable. Todos los que han argumentado en la línea de los textos que arriba cito han identificado aspectos de la realidad que el afán por cuantificar excluye. Todos han denunciado cómo a la cuantificación burda se le escapan dimensiones enteras e inconmensurables de lo real y para enumerar y advertirnos severamente de sus consecuencias.

Yo me subo muy oportunamente a la ola para añadir a la lista otro que no he visto tratar tanto: la incertidumbre y, muy particular y oportunamente, la que concierne a riesgo de catástrofes. Casi todos los fenómenos ciegos para la moda de la cuantificación son reales, en el sentido de que están ahí, son observables y aunque se resistan a entrar en una escala, ocurren. Sin embargo, otros fenómenos pueden o no ocurrir, no están ahí sino en forma latente. Y demasiado a menudo, no se tienen en cuenta.

Admito que abundan las excepciones: la incertidumbre se tiene en cuenta en la construcción de obras públicas o centrales nucleares (a pesar de Fukushima), en la gestión del riesgo bancario (a pesar de la crisis que padecimos), o en la industria aeronáutica. Pero en una gran mayoría de los sectores, la cuantificación lo es de y para la eficiencia. Además, realizada desde una óptica retrospectiva y, en terminología estadística, antes puntual que distribucional.

El resultado de esa cuantificación burda podría ser, sí, eficiencia en los tiempos normales, que son los más, pero, tal como la sufrimos en estos que nos toca vivir, una angustiante falta de lo que solo hace unas semanas habríamos tachado de sobrecapacidad inútil.

Por tanto, una de las tareas pendientes para nuestro futuro próximo es cómo alterar la tradicional forma de cuantificar fenómenos para tener en cuenta sus distribuciones y acostumbrarnos sesgar nuestras predicciones para acercarlas más determinados cuantiles superiores que a la media.