Un acto fallido: la pregunta sigue, pues, abierta

Jot Down es una publicación recomendable. Aunque frecuentemente peque de a lo que tienden las publicaciones de letras (en el sentido menos amable del término): que prime el escribir bonito sobre la sustancia, el argumento y su coherencia.

El artículo que motiva este se anuncia como Especulación inmobiliaria, tradición centenaria y recoge tres episodios (¿anécdota? ¿categoría?) bien conocidos pero florida y amenamente descritos:

  • El del duque de Lerma a principios del XVII.
  • El del marqués de Salamanca, en el XIX.
  • El que se deriva de la ley del suelo de 1998.

Se habla abundantemente de los aspectos negativos de los tres (recuérdese: de letras). Al tratar el último, el más interesante en términos efectivos, se arrima pero no llega a plantear (y, por supuesto, tratar de dar respuesta a) la pregunta más obvia. Es algo así como si en una película de intriga, en los últimos minutos, tras la escalada de la tensión, en lugar de resolver el misterio e identificar y detener al asesino, cambiase súbitamente el género y una horda de zombis se comiese el cerebro de todos los implicados.

Si, como recoge el artículo,

  1. la ley del suelo de 1998 produjo un aumento desaforado de la construcción de viviendas pero
  2. no logró alcanzar uno de sus objetivos, su abaratamiento, porque
  3. hubo un incremento igualmente desaforado de la demanda debido a la irrupción de los baby boomers en el mercado,

la pregunta elefante-en-el-salón es: ¿qué hubiese pasado si el incremento de la demanda no hubiese venido acompañado de ese incremento de la oferta que trajo la (ahora, de algunos) denostada ley?

Puede tacharse de acientífico elucubrar sobre futuribles (¿cómo pueden falsarse?), pero el asunto necesariamente begs the question (en el sentido literal de la expresión).