Sobre la brecha salarial... de belleza

¿Por qué existe un debate público sobre la brecha salarial de género y no sobre la brecha salarial por cualquier otra presunta causa? La hay, p.e., por nivel de estudios. Pero, claro, uno siempre puede argumentar en términos meritocráticos. ¿Por sector económico? Ahí está menos claro y discutirlo nos llevaría muy lejos.

Pero, ¿por qué no ir más allá de las variables registradas por el INE y fijarnos, p.e., en la belleza (física)? Porque parece que brecha, hayla. Diráse que es una medida subjetiva y no refrendada por el registro civil. No como el sexo. Pero si mal no recuerdo, la última vez que alguien fletó un bus naranja para explicarnos que los niños tienen pene y las niñas, vulva, la cosa acabó como el rosario de la aurora.

Quienes peroran sobre la brecha salarial (de género) incurren en una doble petición de principio. La primera, que la segmentación de la población asalariada que eligen es arbitraria: ¿por qué demarcar por sexo y no por belleza o, ya puestos, impropensión a madrugar?

La segunda, en que de todos los indicadores potencialmente interesantes con que comparar los grupos se fijan en uno, solo uno: salario. Como si la gente solo tuviese en cuenta ese factor a la hora de elegir un trabajo. La gente elige lo que le conviene y el salario es solo uno de los factores que influyen en la decisión. Y no es algo que me hayan contado: es mi criterio desde hace muchos, muchos años. Si mucha gente en Cádiz no opinase lo mismo que yo, ya viviría toda en Baracaldo.

Ambas peticiones de principio tienen una causa común: ver como un estado, fijarse solo en esas variables que han encargado recoger a unos cuantos funcionarios (e ignorar el resto). Es largo de contar, pero os leéis este libro y veréis de lo que estoy hablando (y mejor contado, aunque, eso sí, con exuberancia de letras).