Google, Motorola, móviles, patentes e ideas

La noticia de que Google acaba de comprar la división de telefonía móvil de Motorola ha suscitado una doble justificación por parte de los analistas:

  • Que Google pretende desarrollar un modelo vertical de negocio en telefonía móvil (i.e., cubriendo todo el ciclo del producto: diseño y fabricación de terminales, desarrollo del software, publicidad y otros servicios).
  • Que Google quiere hacerse con las patentes de Motorola.

Aunque los motivos últimos sean, probablemente, una mezcla de estos y, posiblemente, otros motivos, el factor patentes no es circunstancial. En julio, Google se quedó sin las 6000 patentes de la extinta Nortel al verse superado en la subasta por un consorcio de empresas (Apple, RIM, Sony y otras) que pagó 4500 millones de dólares por ellas.

Hay buenos motivos para pensar que gran parte de estas patentes tienen una finalidad defensiva. Interesan no tanto por los royalties que puedan devengar como por sus efectos disuasorios frente a litigios planteados por terceros: si tu me demandas por infringir mis patentes, seguro que yo encuentro también alguna en mi archivo que tú también infringes.

Las patentes crean mini-monopolios: el inventor —más bien, la organización en que trabaja— se hace con los derechos de explotación de la idea durante un periodo de tiempo determinado. Pero asociado a todo monopolio existe lo que los economistas llaman una pérdida estática: yo no puedo incorporar la idea de otro a un producto sin repercutir los royalties en mis clientes. Este dinero va a parar a un rentista, aquél que posee los derechos de la patente. El efecto es el mismo que un impuesto sobre el consumo.

No obstante, la legislación tolera estos monopolios (e incluso trata de favorecerlos) en consideración a las ganancias dinámicas: otorgar monopolios —como otrora se otorgaban marquesados— es un incentivo para que haya investigación y que sus resultados se hagan públicos y puedan ser utilizados por terceros.

Así, el estado debería sopesar pérdidas estáticas y ganancias dinámicas para arbitrar una ley de patentes que fuese, con las debidas salvedades, óptima.

Pero el sistema está corrompido por las patentes defensivas. En pocos sitios se describe tan sucinta y claramente el problema como en el artículo Good defensive patents are bad patents, que pivota alrededor de dos ideas fundamentales:

  • Muchas patentes defensivas son poco más que ideas que se le podían haber ocurrido a cualquiera usando habilidades de ingeniería normales.
  • El valor de las patentes defensivas hace que muchos investigadores, más que afanarse por realizar creaciones geniales, dediquen su tiempo a tratar de obtener la exclusividad en la explotación de ideas de dudosa originalidad. Y reduciendo, de paso, el valor de las ganancias dinámicas que justifica la misma legislación de patentes.

¡Buena lectura!