Que hagan lo que quieran en Plaza de España; yo, la verdad, no tengo tiempo para leer 350 MB de documentación

Ha salido lo de la votación de plaza de España. Un festival para la democracia.

Yo, de hecho, ya voté en la primera ronda. Voté que la dejasen como está. Por un motivo muy simple: cada vez que camino por las calles próximas a mi casa, como haya llovido no hace tanto y tenga mala suerte, piso en una de esas baldosas mal fijadas que proyectan alevosos chorros de agua putrafacta por la pierna p’arriba. Porque en la intersección de dos calles por las que paso siempre, cuando llueve, se forma una balsa de agua a la que solo faltan ranas. Porque los contenedores en los que reciclo están cercados de montañas de residuos de todo tipo. Porque, creo, que antes de invertir más (y particularmente, antes de invertir a un kilómetro de mi casa) deberían devolverse a un estado digno las infraestructuras municipales por las que transito a diario. Por eso, insisto, me opuse.

Pero las preferencias de otros convecinos discurrieron por otros derroteros y se decantaron por un elefante blanco más. Hágase pues.

Ahora el ayuntamiento de la Villa nos invita a votar nuestro proyecto favorito. ¡De entre setenta de ellos! Cada uno de ellos viene acompañado de una memoria (¡muy memoriosa!) de varios MB. Así como otros tantos de imágenes (en las que los arteros arquitectos juegan con la perspectiva y, en lugar de la plaza de España que conocemos, parecieren ubicadas en las amplitudes verdes de Hyde Park).

pzaespana

Y no, la verdad, no voy a leer páginas y páginas de documentación para poder forjarme una opinión mínimamente cualificada que sustente mi voto. Ni siquiera miré 70 pisos (ni la décima parte) cuando compré el mío. Si dedicase 5 minutos a cada proyecto, mataría de largo una mañana en que no podría hacer otra cosa. Si un millón de madrileños dedicase 5 minutos a cada uno de los 70 proyectos, se irían al sumidero medio milenio de horas de mujer en situación de pensar. Si estudiar una carrera puede llevar 9000 horas (cinco horas diarias durante cinco años), el esfuerzo intelectual daría para aprender más de 500.

Mientras tanto, habría niños llorando porque sus padres, absortos, no les darían de comer; abuelos arrumbados quejándose de que los nietos no los van a visitar; libros en los estantes que nadie tiene tiempo de leer; lenguajes de programación de los que nadie tiraría líneas de código y muchas otras actividades propicias para la acumulación de ese tan poco popperiano concepto que es el capital cultural a las que los habitantes de mi ciudad no podrían dedicarse.

No, lo siento, no votaré porque no tengo tiempo para pendejadas.