Nunca más de cinco

Me preguntan a veces que por qué me gusta leer The Economist (¿porque se nota que lo escribe gente muy inteligente, para variar?). Y me pregunto yo por qué leo a veces McKinsey Quarterly (¿porque es gratis? ¿porque me aburro?). Lo que tiene la primera publicación de agudo, lo tiene la segunda de fome.

Pero no todo es desaprovechable. En una de las últimas ediciones, traía la revista un breve resumen de un libro, Brainsteering, sobre el asunto del llamado brainstorming. Más bien, sobre cómo hacerlo menos enojoso y más eficaz. Quien se sienta intrigado, podrá encontrar siete consejos, probablemente buenos, aquí.

Considero inoportunas las llamadas sesiones de brainstorming porque las ideas llegan cuando las mandan las musas, no de diez a doce en la sala seis. Y porque suele faltar en ellas un elemento fundamental: un monitor preñado de datos. Y porque el exceso de formalismo coarta la inspiración. Personalmente, prefiero la serendipia mientras me afeito o el tú a tú en el café.

Pero excede el alcance de esta entrada el cuestionar el proceso entero. Ni siquiera la totalidad del artículo. Quiero limitarme a subrayar para mis lectores uno de sus párrafos, perfectamente aplicable a esas reuniones tan insufribles que jalonan el horario laboral: nunca han de reunirse en ellas más de cinco personas. ¿El motivo? La misma norma social que prácticamente lo obliga a uno a participar en grupos reducidos invita a mantener la boca cerrada en grupos más grandes.

Actividad o pasividad, productividad o hastío, están en gran medida socialmente determinados por ese número, el cinco.