Una revisión neoliberal del principio de Peter

El premio Ig-Nobel de Gestión del año 2010 se lo llevó un equipo de investigadores de la Universidad de Catania por un estudio sobre el principio de Peter. Su formulación es la siguiente:

En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia

Laurence J. Peter

En esta entrada voy primero a plantear el problema, revisar después brevemente la propuesta de los italianos ignominiosamente laureados y, finalmente, plantear mi anunciada revisión neoliberal. Quiero de todos modos hacer constar y subrayar encarecidamente que aunque haya calificado de neoliberal a esta propuesta que hago desde un punto de vista totalmente teórico aquí y ahora, yo no como niños en el desayuno.

El principio de Peter

Haré una introducción al principio de Peter usando un ejemplo basado en una organización hipotética de tres niveles jerárquicos: programadores, jefes de equipo y vendedores. La organización contrata programadores y éstos, de acuerdo con ciertos criterios, van ascendiendo por la jerarquía. Es manifiesto que las habilidades requeridas en los tres niveles son distintas y que no todos los individuos están igualmente dotados para cada una de ellas: de hecho, habrá pésimos programadores que pudieran ser excelentes vendedores, etc.

Esta organización decide ascender a los individuos según un criterio más o menos objetivo de aptitud: el mejor programador asciende a jefe de equipo y el mejor jefe de equipo asciende a vendedor. Entonces, dicha organización está expuesta a las consecuencias más crudas del principio de Peter: sus escalafones estarán llenos de ineptos.

Demostración: si Vd. pertenece a la organización y tiene un puesto X eso es porque es Vd. un inepto en su trabajo; de otra manera, ya habría ascendido a un puesto superior.

Análisis de Pluchino et al.

Pluchino et al. realizaron y publicaron un estudio del principio de Peter basado en simulaciones. Incluso han hecho público un applet de java para que los interesados puedan realizar las suyas propias. Uno puede parametrizar en él la organización (y, en particular, cómo de disímiles son las aptitudes necesarias en cada nivel del escalafón), el criterio de ascenso, etc.

Como cabe esperar, en organizaciones como la que he descrito más arriba, los empleados se estancan y terminan su vida laboral en el puesto en el que peor desempeño tienen: la jerarquía se puebla de inútiles.

El resultado que les valió el Ig-Nobel 2010 fue el que para determinados tipos de organización, el criterio óptimo (al tiempo que paradójico) de ascenso consiste en seleccionar al mejor y al peor empleado de cada nivel.

Una revisión neoliberal

Un compañero mío, empleado en una empresa comatosa del principio de Peter, me comentó que había renunciado a un ascenso: se negaba a ascender rechazando, incluso, el inherente incremento de sueldo. Medio en broma, le aconsejé que no renunciase al ascenso sino que lo vendiera. Igual alguien se lo compraba.

Me di cuenta de que ahí radicaba en esencia el quid del principio de Peter: los ascensos son nominales. Como los billetes de avión, son algo que sólo tú puedes usar… quieras o no. Se me hizo evidente cómo subvertir la maldición de Peter:

  1. Que los ascensos no sean nominales sino al portador.
  2. Que el portador pueda vendérselo a un interesado.

¿Por qué funcionaría esta solución? Es evidente. Volviendo al ejemplo de nuestra organización hipotética, un programador hábil que no esté interesado en gestionar equipos podría vender su ascenso a jefe de proyecto a otro guardándose para sí los réditos económicos del ascenso.

¿Cuál sería un precio justo? El de mercado (que no debería ser muy distinto del valor actual neto de la diferencia de salarios entre los dos escalafones).

¿Quién estaría interesado en comprar un ascenso? Alguien que se considerase mucho más hábil en un puesto más alto que en el actual. Y que, como consecuencia, estuviese dispuesto a invertir su propio dinero en demostrarlo. Este alguien estaría especulando con la posibilidad de triunfar en su nuevo puesto para el que se siente más capaz.

¿Y si a alguien no le interesase este tipo de arreglo por un motivo dado? Pues no estaría obligado ni a comprar ni a vender sus ascensos. Podría hacer como hasta la fecha. No saldría perjudicado.

Existen, por supuesto, variantes más sofisticadas (y prolijas: por eso no las describo acá) de esta propuesta. Me interesa más en este momento la opinión de mis caros lectores.